Época: Al-Andalus omeya
Inicio: Año 711
Fin: Año 1031

Antecedente:
La consolidación del emirato



Comentario

Desde el punto de vista del control de las provincias, aparte de Mérida, que a pesar de la desobediencia terminó sometida hacia el año 834, destacan sobre todo los disturbios en Toledo entre 829 y 837. Una guerrilla ciudadana contra los beréberes de la región de Santaver degeneró en una nueva disidencia de la ciudad, que hubo que asediar de nuevo y donde se reedificó la antigua ciudadela construida por Amrus que los toledanos habían derribado. En la Marca Superior, el predominio de la aristocracia muladí se consideró un hecho consumado, a pesar de lo cual las buenas relaciones entre los jefes locales y el poder central parecen mantenerse. Incluso en estas regiones fronterizas, el carácter arabo-islámico de la organización político social parece bien implantado desde mediados del siglo IX. Un texto cristiano conservado en la catedral de Huesca habla del martirio sufrido en el 851 por dos jóvenes mozárabes, Nunilo y Alodia quienes, educadas en el cristianismo por su madre tras la muerte de su padre musulmán, fueron decapitadas por haberse negado a volver al Islam, religión del padre. El desarrollo de los hechos, contado someramente, muestra que, originarias de Alquézar, comparecieron primero ante el emir local de la Barbitaniya Jalaf b. Rashid, que debía residir en Barbastro. Más adelante, a raíz de una especie de apelación, compareció ante el wali de Huesca un cierto Zumel Ismail. Este acontecimiento prueba, en primer lugar, que existía una jerarquía judicial y administrativa regularizada en esta provincia lejana. Por otra parte, hay que resaltar la unidad de la civilización de al-Andalus: en una región que no podía ser más periférica, se produjeron hechos contemporáneos del movimiento de los mártires de Córdoba sobre el que se volverá más adelante y que, evidentemente, habrá que poner en relación con el endurecimiento general y recíproco entre cristianismo e Islam.
Sea como fuere la naturaleza exacta de su poder, estas autoridades locales se consideraban, realmente, representantes del poder central que, durante todo el reinado de Abd al-Rahman II, mantuvo en Zaragoza a un gobernador. La relativa tranquilidad de la frontera permitió al emir o a sus generales lanzar desde la Marca expediciones militares contra los países cristianos vecinos, en las que participaron los señores muladíes locales. Si su fidelidad era dudosa con frecuencia, el poder de estos últimos era periférico: los Banu Qasi en Arnedo y Tudela, los Banu Shabrit en la zona de Huesca, los Banu Rashid en Barbitania, ocupaban los límites del territorio islámico y no parecen haber ejercido siempre su autoridad sobre las ciudades más importantes como Huesca y Tudela que, en muchas ocasiones, se han visto depender directamente del wali de Zaragoza. Las relaciones entre el poder omeya y el jefe de los Banu Qasi, Musa b. Musa, apoyado por los jefes cristianos de la zona pirenaica, particularmente los vascos de Pamplona, empezaron a ponerse tensas en el último decenio del reinado de Abd al-Rahman II.

Globalmente, sin embargo, el poder omeya logró conservar el control sobre el conjunto de al-Andalus hasta la muerte de Abd al-Rahman II en el 852, no sólo en el sur, donde se plantearon pocos problemas sino también en las regiones alejadas como las de Tudmir, Valencia o Lisboa. En la región llamada Tudmir, los conflictos entre yemeníes y qaysíes llevaron al gobierno a fundar una nueva capital provincial en Murcia en el 831, hecho que tiene su importancia a nivel local ya que manifiesta el control creciente del poder central omeya sobre las regiones hasta entonces mal controladas donde por falta de acción del poder central los factores tribales seguían estando operantes políticamente a comienzos del IX. La agitación tribal árabe en Murcia fue, sin embargo, el último acontecimiento de esta naturaleza segmentaria antes del surgimiento de una agitación étnica cuando se desencadenó la fitna (revuelta) del final de siglo. En Valencia, región donde vivían unas tribus beréberes (qaba'il al-barbar) que al-Yaqubi, el geógrafo oriental del IX describe como tribus disidentes, parecen haber tenido cierto papel, Abd Allah al-Balansí había muerto poco después del acceso de Abd al-Rahman II al poder. Se habla después de unos gobernadores omeyas en la ciudad, pero de forma muy episódica, con escasas informaciones en las fuentes sobre estas regiones periféricas. Al otro extremo del territorio, en el Gharb, donde las poblaciones de origen beréber parecían haber sido relativamente numerosas, un gobernador de Lisboa es también mencionado en el 844: informa a Córdoba de la llegada de una flota normanda a la desembocadura del Tajo. Estos normandos atacaron Lisboa, luego Sevilla, que fue saqueada, antes de que las fuerzas omeyas por fin movilizadas pudieran llegar a infligirles fuertes pérdidas y obligarles a embarcarse nuevamente. Las medidas tomadas a raíz de esta alerta para asegurar una mejor protección del litoral contra nuevas incursiones (se señala otra en el 859) sirvieron para reforzar el control del poder central sobre el territorio de al-Andalus. De esta forma se instaló un grupo de árabes yemeníes en una especie de concesión militar en Pechina, pequeño centro de origen romano cercano a la actual Almería, en una región poco urbanizada que no aparece en las fuentes hasta esta época, y sobre cuyo desarrollo rápido volveremos más adelante.